jueves, 29 de abril de 2010

El cristianismo y el anonimato cotidiano.

El cristianismo y el anonimato cotidiano.

Comunicación.
Jorge Adalberto Nuñez Hernández
Instituto Jacques Maritain de Cuba

Asumir el anonimato de la vida cotidiana para las grandes multitudes es uno de los grandes retos en la posmodernidad. En él se juega la identidad de la persona humana y la manera en que se relaciona con la sociedad. El crecimiento demográfico de las grandes ciudades, particularmente como consecuencia de la Revolución Industrial, antecedido del desarrollo del humanismo antropocéntrico que comenzó a gestarse en el Renacimiento, y la influencia del racionalismo, han afectado profundamente la manera en que la persona humana se comprende a sí misma. La vida cotidiana, carente de lo “extraordinario”, a la que se sienten abocadas la mayoría de las personas, ha llegado a convertirse en algo problemático y fuente de angustia. El cristianismo propone la realidad de Jesús de Nazaret, Dios hecho hombre, quien pasó alrededor de 30 años, la mayor parte de su vida, en un pueblo pequeño, viviendo y valorizando la cotidianeidad de gente sencilla.

1. El origen del sentimiento de anonimato ante la vida cotidiana.

El gran desarrollo demográfico y urbanístico experimentado durante la Revolución Industrial, estuvo precedido del surgimiento del humanismo antropocéntrico, descrito por Maritain en “Humanismo Integral”. Las grandes multitudes humanas se desplegaron en las ciudades modernas, sin los vínculos que ancestralmente le conferían sentido de pertenencia y una cosmovisión equilibrada. La concepción de Dios que se tenía en la Edad Media, se fue desplazando hacia la imagen de un Dios filosófico, necesario para justificar el origen de la Creación, pero que se desliga posteriormente de la Historia y de lo humano, hasta terminar siendo negado de manera absoluta por las concepciones materialistas más radicales. También los cismas religiosos afectaron profundamente la manera en que se comprendía por muchos pueblos la noción de la Iglesia como una comunidad y presencia del Reino en la Historia.
Más en la actualidad, se manifiesta la influencia de religiones y filosofías orientales, que van desde el politeísmo, panteísmo, hasta relativizar a Dios como energía, luz, o realidad ante la cual el ser humano se disuelve y despersonaliza. Las supersticiones modernas pretender devolver al hombre una supuesta armonía con la naturaleza, propia de las civilizaciones antiguas cuyos dioses estaban inmersos en el marco espacio temporal. En ocasiones, se busca más la armonía de la persona humana con la naturaleza y las fuerzas impersonales del cosmos, que la del hombre con la familia humana, o con un Dios vivo y personal, que vuelca continuamente al compromiso, al servicio o a transformar la historia, acompañados y asistidos por la acción del Espíritu. La razón es sustituida con frecuencia por lo intuitivo o por asociaciones, vestidas bajo ropajes posmodernos, que echan mano a una mezcla de vocabulario pseudocientífico con términos espiritualistas. La noción lineal de la historia, propia de la tradición judeocristiana, pretende ser sustituida por la cíclica, característica de los ciclos naturales. La libertad de la persona humana, don de Dios, quiere ser obnubilada por determinismos genéticos, instintivos o de una mal comprendida naturaleza. La ciencia pretende dar soluciones a necesidades que están fuera de su alcance, e incursiona en campos que afectan directamente la dignidad humana, al tratar la persona, hecha a imagen y semejanza de Dios, como un espécimen más de laboratorio.
Ante esto, es comprensible que el ser humano se sienta sólo en medio de la multitud, y se intuya en alguna forma el temor ante una vida que transcurra oculta y carente de relevancia e individualidad, que una vida cotidiana sin eventos extraordinarios, capaces de validarla ante los grandes medios y de extraerla de la “masa anónima”, se reduzca al peor mal del cual hay que evadirse; una existencia gris y oscura de un tiempo que corra tras un pequeño buró en una oficina cualquiera, o en un barrio populoso sin importancia.

2. Manifestaciones.

El arte y la cultura reflejan con fuerza las angustias y esperanzas de los pueblos y de las personas. El sentimiento de despersonalización que surge ante la imposibilidad de valorizar la vida cotidiana a que se sienten arrostradas las grandes multitudes deja su huella en la creación de músicos, poetas, escritores, cineastas y filósofos.
La angustia ante el anonimato cotidiano se expresa en la obra de Kafka ante el extrañamiento. La gran novela Ulises de James Joyce es un reflejo manifiesto de una manera de asimilar la realidad desde el distanciamiento, donde no cuentan las grandes fuentes de identidad de la persona humana. Las vidas de quienes circulan en el entorno de Mr. Bloom son percibidas como realidades vacías. La afectividad humana no reviste sentido alguno, ni siquiera en la intimidad de la familia.
Los existencialistas en muchas ocasiones reaccionan ante una vida que sienten como algo vacío y desprovisto de sentido. Rilke siente angustia ante la vida gris y hueca de las multitudes:
Allí viven hombres, mal y con penas,
en cuartos hondos, de medrosos gestos
……………………….
Allí se abren muchachas a lo desconocido
Y echan de menos la tranquilidad de su infancia;
Y en oscuros cuartos traseros tienen los días de maternidad desengañada
Pero allí no está aquello por lo que ellas ardieron,
Y temblando se vuelven a cerrar.
Y en ocultos cuartos traseros
Tienen los días de su maternidad desengañada,
Y el sollozo involuntario de noches largas
Y los años fríos de resignada indolencia.
Y en la oscuridad están los lechos mortuorios,
Y hacia allí se sienten atraídas;
Y mueren largamente, mueren como en cadenas,
Y desaparecen como mendigas.

Los escritores existencialistas clamaron por buscarle algún sentido a las vidas de las grandes mayorías, confrontándolas con situaciones extremas. El teatro del absurdo de Inoesco desea sacudir a los espectadores del supuesto sinsentido de sus vidas cotidianas, llevándoles imágenes, diálogos y situaciones absurdas, esperando del público una reacción que les saque del aparente y vacuo inmovilismo diario.
De otra forma, se abusa de la sátira y la ironía indiscriminada contra lo cotidiano, lo cual es un tópico común en escritores como Kart Vonnegut o Douglas Coupland, o en directores de cine de gran prestigio como Woody Allen. Grupos al estilo de Monty Python llevan al paroxismo del humor negro, para criticar o burlarse con aspereza de todo lo humano, basándose en las situaciones cotidianas de la vida.
Por otra parte, un caso notable viene a ser el del escritor alemán Hermann Hesse, premio Nóbel de literatura, en la novela Siddhartha (1922). Dentro del contexto oriental, describe la búsqueda apasionada de su personaje por conocer la verdad. Al principio, la mirada del protagonista hacia los demás es de arrogancia. Él se veía a sí mismo como un buscador de las realidades espirituales que lo colocaban en una situación de superioridad con respecto al resto de los mortales. Sin embargo, al avanzar la novela, y después de sufrir en su misma carne, llega mirar a los demás en sus vidas comunes con profunda simpatía, en medio de sus luchas, tensiones, mezquindades, esperanzas y grandezas.
Un poeta como Tagore no teme escribir ampliamente, con gracia y simpatía, sobre las vidas de los novios, los niños, las muchachas enamoradas. Penetra a profundidad en el alma de una nación, y deja reposar su mirada en palabras, pensamientos y actitudes que son comunes para la gente sencilla de cualquier pueblo pequeño del país asiático, reelaborándolas y llevándolas al arte.

3. Cristianismo e identidad. Propuesta cristiana ante la realidad.

Ante el sentimiento de vacuidad que genera la vida cotidiana en el posmodernismo, la Iglesia responde con la vida misma de Jesús de Nazaret. Jesus vivió la mayor parte de su vida en una aldea pobre y pequeña, alejada de los grandes centros religiosos, filosóficos, culturales y políticos de su tiempo. Paradójicamente, Nazaret sería, para los grandes centros de poder, y retomando la expresión que se usa en la actualidad, un “lugar olvidado por Dios ¿? y por los hombres”. Allí dejó transcurrir cerca de 30 años. En ocasiones se le llama a esta etapa “vida oculta” de Jesús, por lo poco que se conoce de la misma. Por supuesto que a los vecinos de Jesús les hubiera extrañado tal calificativo. En ese tiempo, Jesús asumió una identidad, frente a sí mismo y de cara a sus coterráneos; compartió con la familia, los amigos, el entorno, aprendió un oficio del cual ganaba el sustento, conoció la historia de Israel. En ese medio, fue madurando la obra más grande realizada durante la Historia de la Humanidad. Dios se encarna en la mayor pobreza, y convive hombro con hombro rodeado de personas sencillas que dependían del trabajo de sus manos para sobrevivir, siendo uno más entre ellos. Es reconocido como el “hijo del carpintero”, no como el Maestro, o como alguien que se colocara a sí mismo en un lugar de privilegio por encima de sus paisanos, usando su inteligencia o su poder.
Por otra parte, su predicación va dirigida a las grandes multitudes. El Evangelio es para ser vivido por las mayorías, no es una exclusividad para las élites o una opción para iniciados en artes ocultas. Jesús conversa en ocasiones con fariseos o con miembros de grupos religiosos o políticos de la época. También lo hace en las sinagogas. No obstante, la mayor parte del tiempo, dirige su palabra a las grandes multitudes, para hacerles cercano un rostro de Dios que ellos no conocían, una manera nueva de relacionarse con Dios y con los hombres, profundamente enraizada en lo cotidiano, en las pequeñas actitudes, en los pequeños servicios, en la rectitud del corazón, el amor a la verdad, en le perdón y la misericordia. Abrió la perspectiva de la Trascendencia a la cotidianidad. Siguiendo la línea de la historicidad del mensaje de salvación de los profetas del Antiguo Testamento, su mensaje no está dirigido a los elegidos, a los más perfectos, sino que hunde sus raíces en toda una nación, para evadirse posteriormente del particularismo hebreo. Ya no habrá una Nación Elegida. La humanidad entera es ahora la Nación Elegida.
El mensaje de Jesús cala profundamente en los más humildes. No se precisa una gran formación intelectual o filosófica para aprehender lo esencial de la novedad cristiana. El mismo Jesús, profundamente conmovido, agradece al Padre por que se revela con preferencia a los más pobres y humildes, más que a los sabios y entendidos. El Reino puede ser plenamente vivido desde la vida cotidiana de las grandes multitudes. La santidad, que es el modo cristiano de vivir la bienaventuranza, y al mismo tiempo, es el modelo de humanismo y humanización de la Sociedad propuesto por el Evangelio, parte de vivir unos determinados valores y una forma particular de comprender a Dios, a la persona humana y la Historia; pero estos valores sólo pueden ser vividos desde de la vida cotidiana en sus mínimos detalles, para hacerlos creíbles y auténticamente encarnados, para desplegar desde ellos toda una existencia de compromiso. Para esto Jesús llama a ser fiel “en lo pequeño”, para poder ser fiel e íntegro en las decisiones trascendentales, en las grandes opciones de la vida.
Para llegar a las multitudes, Jesús usa imágenes que resultaban cotidianas para la mayoría de los israelitas: el pastor, las ovejas, los prestamistas, la vid, la viuda, los ladrones, el rico. Proclama que el Reino sólo puede ser vivido con autenticidad cuando se recibe como lo hacen los niños. La predicación no está dirigida a transformar las vidas simples en vidas “heroicas”, sino a encarnar unos valores que podían ser asimilados desde su cultura e historia, pero abiertos a lo universal. Los valores del Evangelio no pueden ser vividos si no bajo la perspectiva de lo cotidiano, lo pequeño, que sería el cimiento de toda una existencia de servicio a Dios, a la Iglesia y a la Humanidad.
En la parábola del rico y Lázaro, le pone nombre precisamente a la persona que sería anónima ante los grandes de ese momento, y de todos los momentos de la Historia. En la actualidad, se usa con frecuencia una expresión para designar los parajes desolados o alejados de la civilización: “Ese lugar, olvidado por Dios…”. Obviamente, no se trata del Dios de los cristianos, tampoco el que conoció el salmista cuando afirma “¿Dónde podría huir, lejos de tu presencia?”. No existe un lugar sobre la faz de la tierra que le sea indiferente a Dios, mucho menos si hay en ese lugar una persona humana. No es Dios quien olvida los lugares, sino la civilización, los grandes centros de poder, el egoísmo consumista, los grandes monopolios y transnacionales, el desinterés de los gobiernos. Para la compañía Microsoft, seguramente una aldea de 200 habitantes enclavada en un valle de los Andes, sin electricidad y con la mayor parte de la población analfabeta, carece de interés. Para muchos empresarios sería un lugar oscuro, anónimo, y las vidas de los habitantes, las verían como grises y sin importancia. Para el Dios de los cristianos, que se encarnó en la mayor pobreza de un pueblo pequeño, cada hombre y mujer de esa aldea fue llamada por Dios a la existencia, tiene un nombre y una identidad, unos sentimientos, valores, esperanzas y sufrimientos que merecen respeto. Cada una de esas personas está hecha a imagen y semejanza del Padre.
En el Evangelio de San Juan, la noche de la última cena, marca como ningún otro la total toma de conciencia de Jesús de su origen y su misión. El Evangelista dice “Jesús sabía que venía del Padre, que iba a volver al Padre, y que había recibido toda autoridad”. Sin embargo, el asumir tal conciencia lo lleva a tomar una actitud sorprendente, pero no absurda ni alienada. Inmediatamente, sin pausa en el relato evangélico, toma una manta, la ata a su cintura, y se dispone a lavar los pies a los discípulos. La cumbre de la grandeza se corresponde con la mayor humildad en el servicio. Todo cuanto hace, en hechos y palabras, es la encarnación de un modelo de vida orientado a servir, a salvar, a otorgarle sentido a la totalidad de la vida de cada persona. Y proclama un Reino donde el más grande debe hacerse el mayor servidor de todos.
Es notable también el pasaje de la resurrección de Lázaro. Aun cuando Jesús fue a resucitarlo, que conocía que el dolor de los amigos y familiares de Lázaro acabaría muy pronto de manera absolutamente inesperada, no se detiene a impartir un docto discurso sobre lo pasajero del dolor humano frente a la realidad de la Resurrección, o de la pequeñez de lo humano ante la Eterno. El Evangelista dice que Jesús lloró, conmovido con el dolor de las gentes. Jesús no relativiza el dolor. Toda experiencia humana, tan sólo por ser vivida por hombres y mujeres, merece respeto, sin importar que no se trate de grandes ocasiones. La vida de cada persona en sus circunstancias, con sus penas y alegrías, su miseria, su pecado, pero también su esperanza, merecen respeto. Nunca se convierten en objeto de ironía o irreverencia por parte del Maestro. Frente a las filosofías orientales que proclaman a la realidad como la Maya, una ilusión a los sentidos, Jesús proclama en cada palabra, en cada actitud, en cada curación de un enfermo, o gesto de afecto, en su sufrimiento durante la Pasión, que todo cuanto percibimos es real, que aún cuando existe Dios y la eternidad, esto no niega el valor de las circunstancias de cada ser humano, sino que le confiere un sentido diferente en relación y apertura a la Trascendencia, y llama a transformar la Historia, desde el compromiso con la Verdad y la Justicia. Asimilar desde el cristianismo la vida cotidiana confiere un equilibrio que nos salva de tendencias como la de los partidarios del Carpe Diem, quienes pretenden aferrarse a cada instante como si fuera el último, lo cual no sólo es absurdo, sino también inhumano y agotador, al cercenar la vocación de eternidad que pulsa en la persona humana.
Jesús tampoco hace una competencia por la originalidad absoluta, por decir cosas que nunca nadie ha dicho, o por atraer la atención a fuer de pura taumaturgia. Realmente, usa con frecuencia palabras de los Profetas que le antecedieron. En efecto, dijo cosas novedosas, pero la diferencia radical no está en proclamar lo nunca dicho, sino en una absoluta coherencia de su mensaje con su persona. En este punto está el desafío que lanza el cristianismo a la sociedad contemporánea. No se trata de buscar nuevas filosofías, pseudoreligiones, o prácticas esotéricas ocultistas para iniciados en una competencia desenfrenada por alcanzar lo novedoso. Todo cuanto necesita el ser humano para alcanzar su plenitud ya ha sido dicho en la Revelación. Frente a las formas con frecuencia alienantes a las que se acude con tal de buscar una exagerada autoafirmación en medio de la multitud, el cristianismo lanza el reto de vivir con profundidad lo que siempre ha estado ahí, que ha calado en la historia y la cultura de los pueblos durante siglos de evangelización, los grandes valores en los que verdaderamente se hace auténtica la vida, la clara conciencia de que somos queridos por Dios de manera personal e íntima.
La Iglesia siempre ha comprendido con claridad que la santidad de sus hijos se ha vivido siempre desde lo cotidiano, en sus menores detalles, y sólo puede comprenderse y convencer cuando se afirma desde los cimientos. Así, una gran reformadora como Santa Teresa de Ávila era capaz de encontrar a Dios “entre las cazuelas”, y el beato Carlos de Foucoult dejó correr su tiempo en las arenas del desierto, en la compañía de los tuareg. La Fraternidad nacida después de su muerte se ha lanzado a acompañar a los más pobres, en medio del supuesto anonimato. Los santos y santas de la Iglesia, verdaderas cumbres de humanización de la Historia, no han temido abrazar las vidas de las multitudes, cuyos nombres nunca aparecerán en los titulares, pero que son amados por Dios, hechos a su imagen y semejanza, y sacramento de salvación.

En principio, anonimato significa no tener nombre. Como término se refiere a una cuestión de identidad. Sólo una sana concepción sobre Dios y la Historia es capaz de salvar al hombre de la angustia que debe suponer el “sentirse sólo en medio de la multitud”, una enfermedad tan común en las sociedades modernas. Al comprenderse que Dios es una persona, no es una luz, ni una energía, que además es Padre, a quien le importa la Historia y cada ser humano en su individualidad, que establece con todos y cada uno de nosotros una relación personalizada y única, puede establecerse una incardinación donde la persona humana se autoafirma ante Dios, la sociedad, y la creación. Implica una asimilación de la familia humana que trasciende el mero parentesco biológico, al fundarse en la relación viva con un Dios que se ha encarnado en la Historia, a quien le importa la vida del hombre. La plenitud y la salvación de cada persona humana se juegan en lo cotidiano y en la totalidad de su vida.

domingo, 11 de abril de 2010

"Escenario educativo para los nuevos tiempos"

El Instituto Jacques Maritain Argentina - Filial Mar del Plata -
invita
          Viernes 23 de abril
 "Escenario educativo para los nuevos tiempos"
Horario: 14:00 hs.
Tema: Escenario educativo para los nuevos tiempos
Lugar: Nivel Cines.
Disertante: Lic. JORGE BARRÓN RODRIGUEZ
Instituto Jacques Maritain
Hora: 14:00 hs.
Lugar: Nivel Cines